Nuestra vida como padres, constituye una aventura siempre original y única, que cada uno tiene que vivir por su cuenta y a su manera, de acuerdo con las propias cualidades.
La función de la familia respecto al niño, sobrepasa, con mucho, el campo de la crianza elemental y el de la adquisición de hábitos destinados sobre todo a salvaguardar el confort y el prestigio del adulto. La familia es el lugar por el que el niño se inserta en la sociedad y en la cultura, es el cuadro en que elabora su propia personalidad.
Numerosos rasgos de la personalidad se forman al compás de las situaciones vividas por el niño en el seno de la familia (no puede un adulto ser responsable, si se lo sobreprotegió de pequeño y se le impidió tomar pequeñas decisiones).
Las actitudes de los protagonistas tienen consecuencias, las experiencias del niño en su vida familiar tienen consecuencias duraderas.
La actitud valiosa de los padres, lleva a la aceptación. La aceptación supone amor inteligente y generoso, que esté siempre atento a las posibilidades, como a las debilidades del niño, que sea hondamente respetuoso de la persona en formación “tomar al hijo en serio”.
Ambos progenitores están igualmente implicados, aunque de forma diferente.
Toda discusión entre los padres, pone en peligro la seguridad del niño, de ahí la importancia en ponerse de acuerdo en lo referente a la educación del hijo.
El empleo de la autoridad adulta tiene un aspecto positivo innegable. ¿No hay circunstancias en que es bueno y tranquilizador saber lo que hay que hacer?
Ser aceptado en el grupo es también ser iniciado en las consignas y en las reglas que regulan su vida en éste.
El niño tiene necesidad de saber claramente qué es lo que está permitido y lo que está prohibido antes de que pueda decidirlo por sí mismo.