¿Cómo educamos al primogénito?

Según la opinión de muchos padres, el primogénito es, entre todos los hijos, el que con frecuencia plantea más problemas de orden educativo ¿Por qué el hijo mayor es tan vulnerable y a veces hasta desadaptado?

El primero comienza siempre por ser el único, como tal tiene a los padres a su entera disposición. En la mayoría de los casos, el nacimiento de un hermano pondrá fin a su situación de privilegio para dar lugar a un conjunto de mecanismos que terminará por preocupar a los padres.

Por lo general, los padres se comportan de modo diferente con el primogénito, tanto antes como después de nacidos los demás hijos. En el mayor se centra toda la solicitud y admiración de los jóvenes padres. Él recibe mayor atención y tiempo que los siguientes.

A esto se añade la falta de experiencia de los padres novatos para educar, lo que les hace adoptar una actividad fluctuante que va desde la indulgencia extrema a la severidad excesiva. Resultado: el niño se torna exigente y reivindicativo.

Pero, de repente, el hijo único se convierte en el mayor. Entonces se lo obliga a asumir responsabilidades para las que no está preparado. Como si esto fuera poco, cuando sus hermanos hacen una travesura, los requerimientos van dirigidos a él: “Podrías haber sido más razonable”, “Si hubieras cedido…”.

Esas pequeñas torpezas inconscientes van dejando de a poco su efecto nocivo en el corazón del pequeño “destronado”, ocasionando rencor. EL que ayer era el centro del hogar, se ve repentinamente abandonado, decepcionado, desorientado.

Es cierto que no todos los padres actúan de este modo, pero también es cierto que la educación del primogénito, más todavía que la de los otros hijos, requiere mucho tacto.

Cuando el hijo mayor deba compartir el hogar con un bebé, se le debe explicar que nadie usurpará su lugar, demostrándoselo no sólo con palabras sino también con hechos.

Se le debe desarrollar una sociabilidad positiva hacia sus hermanos menores: actitudes de protección y liderazgo, según el sexo y la edad.

Se deben evitar los extremos y darle siempre al primogénito sólo responsabilidades acordes a su edad. Los padres deben ser consecuentes y constantes en sus actitudes hacia él. Deben ayudarlo a hacer de la progenitura un factor de madurez y no una carga.