Las primeras manifestaciones del miedo aparecen en los niños muy tempranamente.
Alrededor de los 6 a 8 meses del bebé ha comenzado a diferenciar su mundo interno del mundo que lo rodea, así como también las personas o lugares que le son familiares de las personas o lugares que le resultan extraños reaccionando con angustia ante aquello que desconoce.
Una vez que el pequeño puede distinguir sus objetos de amor (padres) entre otros, el alejamiento o la ausencia temporaria de éstos motiva en él desprotección y desarraigo.
Esta etapa de diferenciación en la que el niño es capaz de reconocer o desconocer es lo que va a dar lugar a la aparición de los “miedos infantiles”, que tomarán características particulares en las distintas edades.
Cuando el niño comienza el “Jardín de Infantes” entre los 3 y los 6 años, comienza una etapa en la que lo real y lo imaginario no se diferencian para ellos. Los cuentos, películas, historias, personajes y experiencias negativas provocan en ellos situaciones imaginarias y hasta fantásticas que, a veces pueden generar miedos.
Se debe interactuar con estas actividades y transmitirles tranquilidad y seguridad con cariño, paciencia y comprensión.
El miedo en los niños no difiere del miedo en los adultos, está ligado básicamente a lo “desconocido” o “extraño”.
Si bien el temor puede manifestarse bajo cualquier circunstancia, o en circunstancias singulares en cada niño, hay momentos que propician la aparición de los miedos infantiles: por ejemplo la hora de acostarse en la que el pequeño se retira al silencio y la soledad de un cuarto, esto implica no sólo un tiempo de separación de los padres “protectores”, sino también un tiempo en le cual suspende sus actividades diurnas (compartidas y lúdicas) que le permiten controlar o expresar sus ansiedades y preocupaciones.
La oscuridad de la noche es oportuna para dar curso a las fantasías que muchas veces, bajo la forma de “monstruos”, “ladrones” u otros “personajes imaginarios”, asustan al niño.
Para sobreponerse a estos miedos el niño convoca la presencia “salvadora” de sus padres, iniciando una multitud de demandas hacia ellos (“quiero pis, tengo sed, me duele la panza”…etc.). Es indispensable que los padres puedan acudir a ese llamado, favoreciendo la posibilidad de hablar sobre aquellos que angustia al chico y de esta manera ayudarlo a superar estos temores.
Algunos temores son perjudiciales: asustan, angustian (oscuridad, ruidos, etc.). Otros son educativos: previenen, alertan (cruzar la calle, fuego, caídas, animales, etc.). De una u otra manera son parte del proceso de aprendizaje.
Suelen modificarse con la edad y la experiencia. La superación de los miedos tiene que ver con la personalidad y la maduración. Hay que conocer los miedos de los niños para poder acompañarlos en ese trance y ayudarlos a superarlos, para que adquieran confianza en sí mismos.
Nunca debemos avergonzarlos por sentir miedo y, a su vez debemos estimularlos en su avance y esfuerzo para vencerlos.